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El pequeño QuinquinMiniserie

Serie de TV. Comedia. Intriga Miniserie de TV (4 episodios). P'tit Quinquin es un chico muy brioso de unos diez años que vive en la granja de su familia. Al comienzo de sus vacaciones de verano mata el tiempo con sus dos amigos y su novia Eve, paseándose en bicicleta y haciendo bromas con petardos. Pero sucede un acontecimiento extraordinario: el descubrimiento de un cadáver de vaca descuartizado y expuesto de manera espectacular en un búnker de la zona, unos restos ... [+]
Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
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7
5 de enero de 2015
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que, antes de visionar P'tit Quinquin, desconocía la obra de Bruno Dumont. Obviamente sabía de su predicamento entre las élites críticas, e incluso estuve a punto de verla en San Sebastián y en Sitges, pero preferí apostar por otras opciones (al fin y al cabo, 200 minutos son muchos, demasiados cuando se está inmerso en el fragor de un festival). Y, tras ver la miniserie tal y como la concibió su autor, en cuatro episodios de 50 minutos, no puedo más que alegrarme de esa decisión, porque P'tit Quinquin es una obra singularísima que precisa un visionado atento y una digestión lenta.

Muchos han resumido P'tit Quinquin como la descripción de una investigación policial, pero en verdad el elemento criminal (unos cadáveres humanos que aparecen en las entrañas de unas vacas muertas) sirve de excusa para ofrecer algo mayor: un fresco entre humano y paródico de, intuímos, una Francia oculta, la de los ch'tis sobre los que ironizaba Danny Boon en Bienvenidos al norte, en la que casi nunca parece suceder nada remarcable. Dumont parodia unos seres marcados por el inmovilismo y unos ambientes rudos que sumen a sus habitantes en una especie de letargo vital. Pero Dumont nunca ridiculiza a sus criaturas: todos los personajes, desde los policías zarrapastrosos al grupo de chavales que comanda el 'quinquin' del título, están recorridos por un halo de humanidad inconmensurable, por una veracidad difícil de calibrar. El surrealismo del conjunto, en otras palabras, choca con la sensación de estar asistiendo a algo auténtico, por no decir ante un simulacro de documental rodado en el país del onirismo. Fuerzas que, a la postre, dotan a P'tit Quinquin de una extraña personalidad, de un atractivo bizarro; de una comicidad perversa, o de una perversión cómica, según se mire.

Sólo un aspecto me distancia de la atmósfera que consigue Dumont: la intuición de que, al apelar a cuestiones muy locales, parte del humor y de los dobles sentidos de este P'tit Quinquin pasan fácilmente desapercibidos para un público que desconozca la región donde acontece la trama (o lo que es lo mismo, para casi todos nosotros). Tal vez ese matiz ha sido la clave para que los miembros de Cahiers du cinéma valoraran P'tit Quinquin como la mejor obra del 2014. O tal vez la popularidad de la serie se debe, simplemente, a la peligrosa y cada vez más extendida tendencia al 'gafapastismo' injustificado, a premiar lo raro simplemente por su rareza (y no por su trascendencia). Sea como sea, P'tit Quinquin ha renovado mi interés por la obra de Dumont. Dibuja escenas, personajes y planos que atesoraremos durante bastante tiempo. Un producto diferente para un público arriesgado. Un título que engrandece el cine y la televisión de nuestros días.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com.es/
8
16 de junio de 2015
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, puedo llegar a entender a aquellos que echen para atrás el visionado de P'tit Quinquin al ver sus más de 3h de duración. Pero creedme, ¡vale cada uno de ellos! De hecho, pocas miniseries consiguen hacerte reír a carcajada y emocionarte al mismo tiempo de la manera que ésta lo consigue.

Su largo y poco tedioso metraje ayuda a que conozcamos a cada uno de los habitantes/personajes del curioso pueblo a la perfección como si leyéramos la novela veraniega de turno en la playa.

El surrealismo de cada situación se apodera del posible drama haciéndonos sentir extraños ante los bizarros eventos. Surrealismo que, se pasa de la ralla de una forma innovadora y al mismo tiempo sofisticada. El trabajo que hace Dumont es equilibradamente excelente en todos los niveles.

Esta es una miniserie del canal franco-alemán 'Arte TV' que ya ha producido otras grandes obras quizá más destinadas a la gran que a la pequeña pantalla, y eso se nota en cuanto a calidad. Quizá por ello P'tit Quinquin consiguió hacerse un hueco en el festival de cine de Cannes.

Es un experimento que apostó por mostrar algo arriesgado de una forma que puede ser tediosa para el público mayoritario no-gafapasta, pero no hay duda que el extraño y salado cóctel les salió a la perfección.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tras verla no podrás parar de cantar el "'Cause I knew" de la prometedora Lisa Hartmann haciendo de la dulce y soñadora Aurélie Terrier. Aurélie es un pez fuera del agua, la única que busca una vida más allá del pueblo. Pero claro, la felicidad está proscrita en un pueblo como éste.
9
22 de junio de 2015
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pensada originalmente para la televisión como una miniserie de 4 capítulos de 50 minutos cada uno, la nueva obra de Bruno Dumont sorprende con una historia que contiene su habitual mirada del mundo, es decir, un mundo oscuro, deprimente, violento y con poca esperanza, pero ahora con un humor absurdo desternillante.

En un pueblito lo más al norte de Francia, tanto que es visible la costa inglesa, una serie de misteriosos asesinatos empiezan a suceder de manera por demás extraña; un cuerpo humano destazado aparece dentro del cuerpo de una vaca muerta que nadie entiende como ha llegado hasta dentro de un búnker, después aparece otra vaca muerta en la playa en las mismas condiciones.

Para investigar estos crímenes, y otros más que se irán sucediendo de maneras igual o más extrañas, llegan al pueblo un par de tipos que parecen todo menos policías, el oficial Van Der Weyden, con un sinfín de tics en su rostro, y su ayudante Carpentier, que gusta de conducir autos sólo en dos ruedas, ellos siempre serán acosados por una pandilla de chicos curiosos e inquietos liderados por el Quinquin del título, un chico adolescente que tiene una linda novia y un par de amigos más que se la buscan para pasar los días de vacaciones.

Así, con el pretexto de los crímenes y su investigación, Dumont ofrece un retrato de esa parte profunda de Francia y sus habitantes, todo a manera de farsa y con una comicidad física inédita en su obra que recae sobre sus personajes, los cuales son todos tratados con respeto, pero que es innegable que los actores que les han dado vida se lo han pasado muy bien, ya que algunas escenas son hilarantes, tanto para el espectador como para los mismos actores.

Aunque algunos temas de sus películas anteriores se asoman, (el racismo, la violencia latente en la familia, el triunfo del mal sobre el bien), lo mismo que el tono oscuro que el film toma conforme suceden los otros asesinatos y avanza el metraje, se impone ese tono de comedia absurda que mantiene el interés en este film coral que se las ingenia para mostrar al pueblo completo sin dramas ni patetismos y con muchos momentos en que son inevitables las carcajadas, sobresaliendo el fino trazo con el que ha diseñado a todos sus personajes.

Dumont consigue quizás su película más completa y accesible en su ya vasta y redonda filmografía, aunque ahora lejos de la solemnidad que le caracterizaba.

http://tantocine.com/el-pqueno-quinquin-de-bruno-dumont/
8
26 de diciembre de 2015
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
EL PEQUEÑO QUINQUIN.

UNA CRÍTICA DIFERENTE.
Una mirada del cine desde el punto de vista de sus personajes.

“Duerme, mi pequeño Quinquin. Vas a hacerme infeliz… si no duermes hasta mañana."
Nana tradicional del norte de Francia

Dormir. Es mejor no molestar. La infancia es un refugio donde guarecerse cuando llega la tormenta. Más allá, años más tarde, comenzará otra vida; bajo el mismo cuerpo, la conciencia abierta al diluvio. Habrá tiempo entonces para que el agua nos cale hasta los huesos. Ahora toca dormir. Sin embargo, ¿hasta qué punto los adultos no están haciendo de Quinquin un reflejo de los que ellos son? Tal vez por eso, el pequeño Quinquin les devuelve la mirada, osca, torcida. La conciencia se despierta antes de tiempo, cuando ya la piel reblandece por la humedad. Llueve. La tormenta descarga, con furia, impertinente. Tras la verja, al otro lado del camino, la pequeña Eve Terrier se pregunta si el amor, su amor por él, será suficiente. “¿Cuánto tiempo me queda antes de que rechace mis abrazos?”, se pregunta Eve.

COMANDANTE VAN DER WEYEN: "¿Ves a toda esta gente, Carpentier? Si no tuvieran policía todo sería un follón. Cuando nos vamos, no se acuerdan de nosotros."

Las comunidades imponían antiguamente el orden siguiendo unas leyes trasmitidas de padres a hijos. Reglas que habían hecho de la supervivencia la norma. Depravación era una palabra tabú. Depravación era una palabra en boca de todos.

El estado-nación impone el orden siguiendo la voluntad de un poder ajeno al territorio donde se busca aplicar. La depravación sobrevive entonces como arma de control. Castigar y vigilar, en palabras de Michel Foucault. Un orden, un ‘no follón’, en palabras del comandante Van der Weyden.

COMANDANTE VAN DER WEYDEN: "¿Viene del lugar donde encontraron a la señora Lebleu dentro de una vaca?"
PASTOR: "Oh, pobre animal."

Domesticar. Domesticar a un animal. Al más débil. No siempre. Una máscara. El casco del motorista, el marido de la señora Campin. Bajo el casco, lo salvaje. El animal sin domesticar, capaz de exterminar. Es el orden. La comunidad en estado-puro, cuando el estado-nación no logra imponer su voluntad de poder. Exterminar aquí es subsumir, fagocitar.

COMANDANTE VAN DER WEYDEN: "Alguien se ha decidido a poner orden aquí."
TENIENTE CARPENTIER: "¿Qué quiere decir?"
COMANDANTE VAN DER WEYDEN: "Un exterminador."

COMANDANTE VAN DER WEYDEN: "Estamos en el corazón del mal, Carpentier."

La guerra todavía continúa allí, en las playas donde los alemanes construyeron los búnkers en 1944. El rumor de las olas no logra acallar las voces moribundas de los que allí cayeron. La guerra. En todas partes. “Guerra total entonces”, concluye el alcalde. “Guerra total”, sentencia el comandante Van der Weyden, “Seguro que los jóvenes irán”.

COMANDANTE VAN DER WEYDEN: "Sr. Lebleu, la tierra huele bien, pero… aquí algo amarga."

La sirena del coche de la policía no suena. Se ilumina, pero el altavoz no hace vibrar las moléculas. Aquí, en Boulogne-sur-Mer, el orden de las cosas puede alterarse si es de manera silenciosa. “Los periodistas acuden como moscas a la mierda”, se queja el comandante Van der Weyden al fiscal de Nord-Pad-de-Calais. “Comandante, no mierda, no mosca”, le suelta el fiscal mientras le pone la mano izquierda en el hombro.

SACERDOTE: "La única esperanza son los niños."
COMANDANTE VAN DER WEYDEN: "Hablas de esperanza. Me importa un bledo esta mierda. Y todos los niños también."

El embrague del automóvil que conduce el teniente Carpentier funciona perfectamente. Es su pie. El pie del teniente Carpentier. Él es el causante de que el pedal no se deslice suavemente. No. No lo hace. No se desliza con suavidad desde el instante en el cual ha sido pisado a fondo y aquel otro en el que es por fin liberado. El pedal del embrague. El pie del teniente Carpentier. Tiene un motivo para este comportamiento. Ocurrió en su infancia. Allí hicieron de él la persona que hoy es: Rudy Carpentier, teniente de la policía nacional, adscrito a la brigada de la localidad de Boulogne-sur-Mer, en el departamento de Nord-Pad-de-Calais.

“Y si hubiera alguna manera de escapar de aquí”, piensa Aurelie Terrier. Pero no la hay. Y su voz se une a la de tantas otras. Deseos incumplidos de una infancia olvidada.

Más críticas diferentes en:
https://unacriticadiferente.wordpress.com/
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
PUESTO CENTRAL DE LA POLICÍA NACIONAL: "El chico ha muerto. Fin de la operación."
9
25 de febrero de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un pueblo del Norte de Francia. Cerrado sobre sí mismo y aparentemente detenido en el tiempo. Poblado por personajes cuyos rostros parecen reflejar algún tipo de cualidad moral o la ausencia de cualquiera de ellas. Un pueblo en el que el vecindario coexiste con los conflictos típicos de las comunidades en las que la convivencia es demasiado estrecha: problemas con las herencias, parientes que no se hablan desde hace décadas, infidelidades, xenofobia, asesinatos, islamistas radicales, curas con el cerebro reblandecido, vacas locas muertas con restos de cadáveres en su interior... Lo "típico" para Bruno Dummond resulta ser una mezcla de circunstancias costumbristas y de problemáticas urbanas trasplantadas al mundo rural. Una mixtura enrevesada en la que se cruzan la tendencia al retrato veraz con la intención satirizante y el gusto por la imagen surreal.

De alguna manera, viendo el pequeño Quinquin, uno no puede evitar pensar en “Twin Peaks". De una forma casi paródica e infinitamente más retorcida, la cámara de Bruno Dummond se agarra a la excusa argumental de una secuencia de asesinatos -uno por episodio en la miniserie- para presentarnos de forma hiperbólica y descarnada a los habitantes de un lugar para los cuales se agotan los calificativos. Junto a ellos, una pareja de policías que hace burla de cualquier par de detectives antitéticos que podamos imaginar (y a estas alturas llevamos bastantes): uno es un inepto poseído por miles de tics y el otro es un aficionado a la conducción temeraria con algunas (pocas) luces más que su jefe. Ambos pasan por los escenarios de los crímenes sin enterarse de nada. Examinan a sospechosos, asisten a funerales, van a las casas de los habitantes del pueblo, recorren los paisajes, están en un movimiento constante que, sin embargo, presenta una actividad estrictamente policial nula. Es un moverse sin objeto, una alergia a estar parados que no se traduce en nada útil. La pareja perfecta para el pueblo ideal.

En medio de la sinrazón adulta y de la estupidez policial se nos presenta a un grupo de niños -que también tienen lo suyo físicamente- liderados por Quinquin (un Alane Delhaye que se sale), la única persona lúcida dentro de un colectivo humano que parece habitar un lugar en el que el peso de las costumbres haya liquidado cualquier perspectiva de iniciativa individual. Tanta quietud, parece decir Dummond, conduce inevitablemente a una putrefacción silenciosa, a una liquidación del oxígeno social necesario para que lo personal y su autonomía coexistan con las leyes no escritas de la convivencia colectiva. Y esta putrefacción da síntomas de forma regular, algunos en forma de pequeñas disrupciones en el flujo de la cotidianidad y otros como seísmos inesperados que, sin embargo, no alteran la estaticidad del pueblo, su inercia secular, la sedimentación de unos usos y unas costumbres que atrapan inexorablemente a sus habitantes.

Quinquin, encarnación absoluta de la infancia entendida como libertad, juego y travesura, recorre el pueblo y nosotros con él. Lo acompañamos en su periplo veraniego, acompañado de dos amigos que prefiguran una existencia adulta muy similar a la de sus mayores y de su novia Eve -una Lucy Caron que brilla a la altura de Alane Delhaye-, el único personaje que encarna una inocencia y una bondad totales, y que resulta ser la esperanza aparente de otra vida mejor en un futuro lejano. Entroncando con los protagonistas de aquella “Guerra de los botones” de Louis Pergaud y desafiando las normas a lo Guillermo Brown, Quinquin va descubriendo por su cuenta los rastros de una maldad que viene de muy atrás instalada con naturalidad en su pueblo. De alguna manera traza una investigación paralela a la de los detectives en la que va aprendiendo qué se esconde tras las apariencias de la normalidad que exhiben sus convecinos.

Rodada con una ritmo que sirve para sumergirnos en la pereza diaria de ese pueblo congelado en el tiempo, la serie destaca por sus larguísimos planos medios en los que los protagonistas parecen asomarse a la pantalla y mirarnos con extrañeza mientras los minutos se acumulan entre ellos y nosotros produciendo incomodidad y fascinación a partes iguales. También merece la pena destacar la potencia visual de la mayor parte de sus escenas, el uso poético de los paisajes de ese norte de Francia donde transcurre la historia y la presencia silente de las ruinas defensivas de la segunda guerra mundial. Entre las atmósferas ominosas y el gusto por lo chocante, Dummond consigue sumergirnos en un peculiar corazón de las tinieblas de apariencia amable y trasfondo pesadillesco en el que las cosas, nos tememos, sólo parecen pudrirse con el paso del tiempo, poniéndonos en la perspectiva de un futuro probablemente peor que el tiempo actual, dejando en el cuerpo sensaciones semejantes a las que proporcionaba aquella “Cinta blanca” de Haneke, como si la libertad que encarna Quinquin y la bondad que personifica Eve estuvieran condenadas a perecer necesariamente.
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