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Nosferatu

Terror Historia gótica de obsesión entre una joven hechizada y el aterrador vampiro encaprichado de ella, que causa un indescriptible terror a su paso.
Críticas 217
Críticas ordenadas por utilidad
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12 de diciembre de 2024
12 de diciembre de 2024
229 de 319 usuarios han encontrado esta crítica útil
El embrujo de la criatura se extiende como una amenaza que acecha a aquellos a los que se presenta. La influencia que ejerce el Conde Orlok es capaz de transitar muchas formas y afectar desde la distancia; solo que, esta vez, cuando hablamos de distancia, no solo nos referimos al castillo de Transilvania, sino también a los más de 100 años que separan la visión de Eggers de la original. Hacer una reinterpretación de una obra no es fácil, y menos cuando el legado cultural que ha dejado es tan grande que ostenta el título de obra maestra.

Eggers lo vuelve a hacer

El director demuestra una gran maestría técnica y un control absoluto (esta vez sí) en todo momento. La puesta en escena es espectacular: la escenografía, el realismo en el reparto, la acertada selección de protagonistas, la increíble fotografía y el montaje consiguen manejar de manera constante el ritmo y la tensión que respiran en todo momento.

Este es el Eggers más perfeccionista y minucioso hasta la fecha. Su Nosferatu está más cerca de La Bruja y su aterradora indefensión ante lo desconocido, pero no duda en arremeter con la fuerza interpretativa de sus desesperados personajes, recordándonos a El Faro. Logra hacernos sentir que formamos parte de una pesadilla en la que el realismo se diluye con lo onírico, y consigue darnos escalofríos muy, pero que muy reales.

Locura contagiada

La película tiene muchos logros técnicos que nos hacen sentir que estamos en una Alemania del siglo XIX, donde el progreso moderno e intelectual choca contra un muro de ferviente paganismo religioso encarnado en la presencia demoníaca de Nosferatu.

Hablando de la criatura, encarnada por Bill Skarsgård, el actor queda irreconocible y muy lejos de su impredecible Pennywise, donde todavía se le podía entrever. Sus manierismos y gestos no quedan al azar. La voz y el acento que trabaja en su interpretación del Conde Orlok son extrañamente amenazadores e inquietantes. Pero, irónicamente, en una película llamada Nosferatu, la caracterización del personaje es quizá donde más flaquea. Aunque no es mala, cuando podemos ver al conde estamos preparados para algo horrible y sobrenatural, pero Eggers se aleja de las características que Max Schreck hizo propias del personaje y, en esta ocasión, nos muestra una realidad más humana, pero maldita.

Volviendo al puro terror, las interpretaciones son la piedra angular de este filme: Willem Dafoe, Nicholas Hoult, Ralph Ineson y Aaron Taylor-Johnson destacan, pero, si hemos de resaltar a alguien, sin duda es a Lily-Rose Depp. Ella encarna todo el protagonismo de esta película y no nos puede gustar más. Su descenso a los infiernos bajo esa influencia malévola es realmente escalofriante. Su dolor es descarnado y muestra un increíble manejo físico y emocional que el director sabe usar a su favor. Parece que a Eggers le encanta encerrar a sus actores en planos medios y darles el control del momento. La interpretación de Depp consigue atraparnos en una espiral de locura angustiosa y emocional en varios monólogos descarnados que recuerdan a El Faro. En definitiva, ella termina comiéndose la pantalla, eclipsa al propio Nosferatu y seguramente nos ha regalado una de las mejores actuaciones de este cierre de año.

En resumen, esta película es una carta de amor maldito, un cuadro romántico perdido en el tiempo, un grito de desesperación ante la incomprensión del dolor emocional y un paso admirable en la carrera de un director que está sediento de sangre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No esperes terror puramente efectista ni horror visceral envuelto en prótesis; porque, amigos, Nosferatu no trata sobre la criatura que da nombre a la obra, sino sobre la maldición de lo profano, la respuesta a una represión sexual y, a su vez, un doloroso recordatorio de que el amor puede ser aterrador.
3
26 de diciembre de 2024
26 de diciembre de 2024
272 de 413 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eco de leyendas perdidas entre los picos de los Cárpatos, más de un siglo tras ser desenterrada por Friedrich W. Murnau y plasmada en una sinfonía visual de imágenes inquietantes; nada, nunca, ha sacudido el alma con tanta efectividad como la sombra de unas largas uñas al acecho de unos ojos aterrados.
El cada vez más prestigioso Robert Eggers lo descubrió cuando puso los suyos, a una infantil edad, sobre aquel mito del horror gótico que de un modo fascinante logró reinterpretar la archiconocida novela de Bram Stoker (aun exponiéndose sus artífices a una severa demanda por parte de la viuda del autor...).

Así se convirtió "Nosferatu" en un proyecto de largo aliento, la sombra que alimentó sus pesadillas e ilusiones, siempre atormentándole, planeando sobre otras obras de autoría propia (y es evidente cuando uno ve "La Bruja" y "El Faro"), siempre evitando caer en sus manos. Por algo sería. Incluso él ha declarado "Estuve intentando llevar a cabo este proyecto durante unos diez años y fracasé varias veces. Pensé que lo mejor era dedicarme a hacer cosas originales; hacer un "remake" de algo tan famoso resulta desagradable". Sí, cuánta razón. Y Chris Columbus, su productor, debió haberle animado a dedicarse a otras cosas.
Pero no. En lugar de eso le animó a lo contrario, y su gusto por el folclore, la investigación de mitos y el horror gótico hizo el sueño realidad y ha propiciado esta nueva versión que ahora abrasa las pantallas de las salas de cine. No pude contener mi excitación. "Nadie mejor que Eggers para resucitar el terror de "Nosferatu" y la belleza del expresionismo alemán". Eso pensaba, eso sentía...hasta que me dio un vuelco el corazón. No precisé de mucho, bastaron los primeros 15 segundos y ya estaba con el vampiro detrás de la oreja. ¿Qué significa esto?

¿Qué es esta especie de prólogo donde al parecer se profundiza en el pasado, o quizás en las pesadillas, de Ellen, de un tono psicosexual y escabroso que me incomoda y provoca mi primer rechinar de dientes? Una pesadilla. Entonces viajamos a la ciudad inventada de Wisborg del film original, y de hecho se respeta la cronología de la estructura de Henrik Galeen...pero hay un problema. Murnau se permitía cierta levedad al inicio de su historia; el protagonista, Hutter, era un hombre alegre que, ignorante él, no reparaba en la inquietud de su devota esposa Ellen debido a su viaje a las tierras de Transylvania por mediación de su grotesco jefe, el agente inmobiliario Knock.
En las garras de la repelente hija de Johnny Depp (ojalá hubieran elegido a Evan Rachel Wood) Ellen se hace con el protagonismo...pero va muchísimo más allá del papel de Greta Schröder (qué considerado Eggers, ha puesto a la gata su nombre, en un guiño al fan). Esta Ellen, con su carácter tan lúgubre, paranoico, tan pretendidamente trágico y "brontiano", condiciona toda la historia. Su esposo y todos los que están a su alrededor, incluido el público, han de prestarle la mayor de las atenciones, pues sufre, sufre mucho; ella, no bastaba con Knock, instala esa sensación de mal agüero, de presagio y amenaza, desde sus pesadillas más profundas.

La sonrisa de aquel Gustav Von Wangenheim desaparece en el rostro de un Nicholas Hoult petrificado durante el 90% del metraje; está más congelado que los Cárpatos hacia donde se dirige la trama, siguiendo la original, y añadiendo impactantes escenas oníricas, extravagantes rituales de nativos y de paso cambiando a los hermanos Harding y Ruth por un matrimonio.
Pero si Murnau expresaba en sus imágenes la poética del puro horror, poderosa y a la vez mórbida, hipnótica y sugerente, Eggers impone la fuerza de lo tenebroso a la estética y el sonido; en lugar de silencio y sobriedad aquí todo son tinieblas y ruido, una mezcla de James Wan y Tim Burton llevada al exceso. La otrora sinfonía del horror es ahora un estridente concierto de golpes de efecto...

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Se llega exhausto, agotado, dolorido, confuso y sin sangre al final de este larguísimo periplo. En un símil podríamos decir que Orlok es Eggers, un servidor es Hutter y Ellen es la versión clásica de "Nosferatu". Librarla de los colmillos de este infame ser que tanto me había impresionado con "El Faro" es quizás tarea imposible, pero al menos mi cuello y mi alma no han sido mancillados.
Las tinieblas de Murnau se ciernen inexorables, aunque Dafoe, McBurney y un solvente Aaron Taylor-Johnson, y el talento de Craig Lathrop, Jarin Blaschke y Robert Cowper para lograr el exquisito (eso no se niega) arte visual de la película también se han salvado. Sólo espero, por el amor de Dios, que este no sea el principio de una serie de "versiones actualizadas" de obras del expresionismo alemán.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Todo queda afectado por esa inclinación. Si recordamos la original, Hutter proseguía su viaje sin el menor rastro de miedo, riéndose de las supersticiones...hasta que Orlok se cruzaba en su camino, disfrazado de cochero. Y el espectador, que había estado junto a él, creyendo en su valentía, notaba ese cambio en su expresión, esa inquietud que borraba cualquier optimismo.
El miedo había llegado. Aquí Hoult está exactamente igual al final que al principio. Y el aspecto cadavérico de Max Schreck, su lánguida figura, que se aproximaba desde el fondo hacia la cámara, siempre estática, alimentaba una sensación de grima y malestar, frío en la piel, el horror era tangible y repelente.

En las garras del hijo de Stellan Skarsgård, y por obra y gracia del director, este monstruo se transforma completamente. Lo monstruoso bajo la influencia del Drácula clásico, incluso del de Ford Coppola, más aún teniendo tan presente la mística unión entre él y Ellen; si Murnau y Galeen interpretaron "Drácula" a su manera, Eggers interpreta "Nosferatu" a la suya, combinando personajes y elementos como le da la gana, pero la cruzada gótico-romántica que emprende este Orlok para reencontrarse con su anhelada amada no sacude mis nervios como el trepidante viaje al que se lanzaba el antiguo Orlok por simple ansia de poder, dominación y sed de sangre.
El viaje, la aventura, la transmisión de la peste negra por toda la ciudad, la llegada, la amenaza y la posterior carrera a contrarreloj para salvar a la mujer. Todo igual pero distinto. El guión ofrece a Ellen esa traumática y esotérica historia de fondo y ya no se concentra en otra cosa; es víctima, heroína, esposa, deseo, todo. Pero nada tiene que ver con la mítica Wilhelmina de Stoker, esencial para que los héroes masculinos de la novela encontrasen y matasen a Drácula; Eggers toma al personaje de Galeen, la oscurece y vuelve una mujer de la época actual, juega a los exorcismos con ella y subraya su dramatismo y gran apetito sexual femenino.

¿Era también necesario volverla tan insufriblemente irritante, egoísta y arrogante?, ¿creyendo que todo depende de ella cuando es ella la que depende de todos? (por cierto, su gata también es dueña de sí misma, no se lo pierdan...) Esta Ellen parece, más bien, la peor combinación posible de Jane Eyre, Bella Swan y la Robin Tunney de "El Fin de los Días", y a través suya Orlok, que era monstruo insaciable y apocalíptico, es humanizado, romantizado, "garyoldmanizado", que insiste, y esto es increíble, en su entrega voluntaria (porque los vampiros ahora solicitan, no fuerzan a sus víctimas femeninas; a las masculinas sí, ¿pero qué importa eso?).
Si la Ellen de Murnau temblaba de miedo ante la sombra de las uñas largas y afiladas del conde y sucumbía a la fuerza a su mordisco en la yugular, la Ellen de Eggers se postra desnuda y fornica mientras le sorben la sangre de los pechos. El sacrificio es el mismo, pero la manera de mostrarse y la intención son muy distintas. En ese momento de la película también brotaba sangre de mis oídos a causa de tanta estridencia y tanto golpe gratuito de efecto; por su parte el enloquecido Knock y el tibio análogo de Van Helsing a quienes daban vida Alexander Granach y John Gottowt en la obra original mejoran, y mucho, gracias a Simon McBurney y Willem Dafoe.

Y éste último, él solo (en un ocurrente cambio de roles, ya que interpretó a Orlok en "La Sombra del Vampiro"), se merienda con esa furia natural que le caracteriza a todos sus compañeros de reparto, incluida la srta. Depp...por mucho que se empeñe en destacar en cada escena recitando los diálogos como si estuviera en una obra de Shakespeare (algo que no hace ningún otro personaje).
Tras ese tediosísimo retorno y ese intento de posesión y consumación que parece no terminar nunca, Eggers apuesta por el final triste, igual que Murnau; eso sí, retorciendo y manipulando todo en el camino...
migfersaav LA CORUÑA (España)
3
27 de diciembre de 2024
27 de diciembre de 2024
165 de 245 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me hago viejo. A mi me gusta la novela de Drácula, y me gustan, en mayor o menor medida, las películas que sobre este personaje se han rodado. Me encantó el Drácula de Bram Stoker rodado por Francis Ford Coppola, que me pareció la mejor versión que se ha hecho sobre la novela. Pero también me encantaron las antiguas películas de la mítica productora Hammer. Incluso me gusta el Nosferatu de Murnau, entendiendo la época y circunstancias en que se rodó. Pero esta adaptación no es para mí. No es para nadie que busque una historia sobre Drácula o sobre vampiros. Nosferatu de Robert Eggers es insufriblemente pretenciosa, mediocre, mezquina, deslabazada y tramposa.

Ha habido muchos Dráculas en el cine. Max Schreck (aunque se llamase Conde Orlok), Bela Lugosi, Christopher Lee, Frank Langella, Klaus Kinski (también como el Conde Orlok) y Gary Oldman, entre otros, supieron imponer carácter y personalidad al rey de los vampiros, tambien llamado en otras lenguas, nosferatu, strigoï o brucolaco, que son diversas formas de llamar al no muerto. Todos ellos lo interpretaron, en mayor o menor medida, con dignidad y acierto. Quizás las versiones más famosas sean las de los directores Terence Fisher y Francis Ford Coppola. Pero de todas ellas, que son muy buenas, mi predilecta es la de Coppola, que considero una obra maestra, y la versión más fiel al espíritu de la novela de Bram Stoker, con un inmenso Gary Oldman. Los grandes actores que han interpretado a Drácula, siempre han dejado su impronta, creando un personaje carismático. Pero el conde Orlok de esta película, es un paso atrás, un desvarío, en el que un insustancial y mediocre Bill Skarsgård, compone un personaje unidimensional y feo, sin otro registro que la violencia y una cansina y repetitiva respiración agónica, más propia de un asmático o de un moribundo.

Murnau rodó su Nosferatu, forzado por no poder disponer de los derechos de la novela de Bram Stoker, y teniendo que diferenciarlo mucho de la novela, para intentar (sin éxito) no caer en el plagio. Robert Eggers, su director y guionista, no tenía este problema. Podía realizar una versión de Nosferatu a su gusto y manera. Pero no, este Nosferatu de Eggers, tiene tan idealizada la versión de Murnau de 1922, está tan apegada a ella, que no es capaz de despegar como obra original, y se convierte en un plagio sin imaginación, completamente trasnochado y aburrido, cuyas únicas notas diferenciadoras, son un relato absurdo e incoherente, una violencia sanguinaria mal concebida, y una pretendida lujuria que no cala en el espectador atento, y que hace que su universo parezca irreal.

Los excéntricos personajes de esta película están muy desubicados y desquiciados, resultan poco creíbles, gozan de un falso aire exotérico y depravado, y están hipersexualizados en el peor sentido imaginable. Son personajes irreales, sin ninguna motivación clara, salvo el de Thomas Hutter, bien interpretado por Nicholas Hoult. De todo el elenco, sólo destacaría a este actor, y a Ralph Ineson como el doctor Wilhelm Sievers. Los personajes interpretados por Lily-Rose Deep (hija de Johnny Depp), Bill Skarsgård, Aaron Taylor-Johnson y Willem Dafoe, son graves errores de casting, ya que ninguno encaja en el rol que desempeña, especialmente Aaron Taylor-Johnson, que es un buen actor, pero que no encaja para nada con su papel. La siempre solvente Anya Taylor-Joy, que fue la primera opción de Eggers para el papel representado por una desdibujada Lily-Rose Depp, sin duda le habría aportado más carácter al papel de Ellen Hutter.

Robert Eggers, es un director que me gusta mucho, pero patina estrepitosamente en este relato vampírico, incapaz de insuflar vida a su película y a los grises y ridículos personajes que deambulan por ella. Rodando con la oscuridad más sórdida como aliada, busca en todo momento generar tensión de forma artificial y tramposa, mediante el uso de la oscuridad y unos sonidos muy efectistas, pero inútiles, que sólo buscan potenciar su excentricidad. Vemos algunas imágenes impactantes y sombrías, incluso hermosas, pero no nos dicen nada de la historia, no nos definen a los personajes, ni la narración, salvo en aspectos lúgubres, truculentos e incoherentes, componiendo una película muy fría, que se siente absurda, fea y alejada de la realidad o la lógica más elemental.

Habiendo visto casi todas las películas sobre el más famoso de los vampiros de la literatura, me invade una profunda sensación de tristeza e incredulidad viendo este difuminado y trasnochado Nosferatu, carente de alma o imaginación, con una historia que resulta ridícula en estos tiempos, y se recrea en lo más sucio y aberrante de la historia, para dotar de una falsa atmósfera sensual a la película.

Como todas las películas de Robert Eggers, Nosferatu es su personalísima visión sobre el Nosferatu de Murnau, rodada en 1922, la cual al parecer, le marcó de niño. Pero como homenaje al Nosferatu de Murnau, esta versión es mediocre, vacía, excéntrica y fallida. Le falta alma, imaginacion, sentimiento, pasión, vitalidad y coherencia. Como historia de vampiros, no aporta nada que me interese.

Drácula es una obra epistolar, escrita en la época victoriana, que tiene dos posibles lecturas: la literal, o una romántica, que algunos pensamos que subyace bajo su letra. Puedes escoger una u otra, puedes desviarte lo que quieras, pero al final, siempre hay una historia de vampiros. Yo no sé muy bien qué ha querido plasmar aquí su director, pero no es para mí, ni creo que sea para nadie al que le guste el cine de vampiros, la novela de Drácula o el Nosferatu de Murnau, y ni siquiera creo que sea para nadie al que le guste el cine, entendido simplemente como narrar una historia. Ya puestos, este conde Orlok podría ser otro tipo de criatura diferente a un vampiro, y no se notaría apenas.

Quizás es para otra generación. Quizás me hago viejo.
Mrchem Valencia (España)
5
26 de diciembre de 2024
26 de diciembre de 2024
138 de 193 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando voy al cine a ver cualquier blockbuster, pido entretenimiento. Cuando se trata de ir a ver un remake de Nosferatu pido cine. Me duele, porque quería que me gustara. Empezamos con lo bueno: Nosferatu es una película que lo apuesta todo a construir una atmósfera determinada y eso casi siempre le sale bien. Sin embargo, y pese a estar rodada en 35mm, lo digital me ha chillado más que nunca. El color de la película a veces es inconsistente así como su grano. En los cielos, se nota el trabajo digital y se ve limpio y nítido, pero luego, por ejemplo, en la escena de la posada, conseguidísima y deudora de Rembrandt, el trabajo de textura es perfecto.

La mejor secuencia de la película es la presentación de Orlok, funciona porque básicamente es el mismo planteamiento de la aparición de Black Philip en The VVitch. Y a partir de ahí, no encuentro nada más que me haya marcado.

Los problemas de la película residen en cuestiones de guion. Todos los personajes, sobretodo, el de Depp, inician la película en un estado agitado, desbordado e intenso. No hay lugar para la calma en ellos, no hay curva, y cuando eso pasa, toda esa intensidad es plana. TODA la película al borde de las lágrimas, al borde del colapso.

El Conde Orlok, es otro damnificado. Su presencia de ser omnipotente elimina cualquier posible acercamiento al personaje para conferirle profundidad. El Orlok de Kinski mostraba fragilidad, locura y soledad. La escena del pan se resolvía de un modo brillante en el film de Herzog. El Conde de Skarsgärd no tiene margen desde los kilos de maquillaje y es una pena. Su personaje no tiene nada característico desde un punto de vista dramático. El diseño es muy fiel al de la novela de Stoker, y pese a ello no me termina de funcionar.

Los secundarios navegan entre esos personajes en estado de alteración continua, siendo el personaje de Dafoe el más distendido y que aporta algo de luz a una película demasiado plana.

La otra gran losa de Nosferatu son los diálogos. Los personajes no se apartan de su lirismo, con la excusa de Eggers de ser fiel a la época ( si quieres ser fiel, rueda en Alemán o llévatela a Inglaterra). A veces me preguntaba si era un intento torpe de ir del primer Brannagh. Los diálogos son circulares, demasiado expositivos y en muchos momentos prescindibles y eso afecta a la atmósfera. Más silencios y más subtexto hubiesen ayudado a dotar de textura, misterio y simbolismo al conjunto. No por ser teatral has de ser obvio.

Las interpretaciones están hechas con esmero con lo que tienen y debió ser agotador para todos
La música, pues la típica.

Y me pregunto, ¿y si esta hubiera sido la segunda película de Eggers? ¿Y si esto lo hubiera tocado Ari Aster?
En el primer caso sería más cercana a The VVitch con todo lo bueno que eso conlleva. En el segundo, pues seguramente algo mucho más memorable.
Néstor Juez Madrid (España)
6
22 de diciembre de 2024
22 de diciembre de 2024
59 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fuerza del mito trasciende las décadas y los formatos, y más de un siglo después la sombra del legendario conde transilvano sediento de sangre nos sigue acechando. El simbolismo sexual y la seducción iconográfica del vampiro y su universo tenebroso han experimentado múltiples re-interpretaciones y aproximaciones desde dispares puntos de vista, pero aún así sigue manteniendo magnetismo y misterio el texto fundacional de Bram Stoker. El cine se nutre y abastece de remakes desde sus primeros pasos, y a pocos días del cierre del año todavía estaba marcado en el calendario de muchos cinéfilos el más anómalo de los estrenos navideños: el 25 de diciembre los espectadores podrán aplacar la digestión de la copiosa comida acudiendo a la sala a ver Nosferatu, dirigida por el ensalzado Robert Eggers y con un reparto conformado por Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson y Willem Dafoe.

Obra a la que será inevitable comparar con los tótems cinematográficos homónimos de Friedrich Wilhelm Murnau o Werner Herzog, así como con el Drácula de Coppola, y antes de sacar el bisturí para entrar mas en detalle cabe indicar que la película logra imprimir al mito su sello propio. Ratonera de densa atmósfera y abrasiva carga estética donde la cohesión dramática con el trasfondo no llega a producirse con armonía, pero que ofrece los suficientes elementos sensoriales como para garantizar a todo espectador curioso y abierto al desconcierto inquietante una experiencia de proyección embriagadora.

El aspecto más poderoso del cuento gótico de Eggers es su virtuoso acabado plástico: su fotografía entra rauda por lo ojos, ofreciendo un filme que, sin estar grabado en blanco y negro, lo parece. Y lo consigue gracias a la ingente cantidad de escenas con esa paleta de colores gracias a la nieve, los vestidos blancos o los reflejos de la luz de la luna en tantas escenas nocturnas. Sus imágenes, al menos en una primera instancia, acuñan una capacidad de impacto elevada a la altura de la épica que exige esta fantasía, que cuando no apuesta por la noche se declina por el mar y sus reflexión, el fuego, las pústulas o las ratas. El trabajo de diseño de producción, ejemplar en su ambientación histórica, complementa la identidad visual de un universo que transpira.

Como en otras iteraciones vampíricas previas, la carga de sexualidad a flor de piel que se apodera de Ellen en sus estremecedoras posesiones nocturnas imbuye de magnetismo onírico las secuencias mas perversas de la influencia sobrenatural de Nosferatu. A su vez, compacta en angustia las secuencias de transición narrativa. La lírica, afectada y sobrecogida partitura de Robin Carolan aderezan la subtrama de una Lily-Rose Depp no siempre presente en metraje pero omnipresente en atmósfera, erizada en deseo y angustiada en su solitaria e incomprendida situación, dejada de lado por su entorno cotidiano y recluida y negada cuando su monstruosa naturaleza devoradora la doblega. El mejor personaje de la película eleva el filme cada vez que se interpone.

Pese a la violencia, los estallidos, la perversión o los maleficios, las secuencias más evocadoras del filme son aquellas donde se opta por la dependencia romántica entre Ellen y el Conde Orlok. La conexión entre ambos encandila cuando se apuesta por el terror como tono predominante, pero más aún cuando se opta por una sensibilidad trágica conmovedora, en particular en el notable clímax. Un logro aún más sorprendente dado el estremecedor y novedoso aspecto físico del Orlok interpretado por Skarsgård, con ecos a la mitología del personaje pero más pútrido y turbio que solemne, hábilmente escondido en la campaña de marketing. El conde es rudo, monstruoso, y teje a su alrededor una viciada atmósfera de muerte y maldición. Es sabido el mimo de Eggers retratando la rudeza, dialectos, fisonomías y conductas de las etnias de sus ficciones, y su Nosferatu no desluce en este sentido.

Si bien Lily-Rose Depp dispone de espacio y atención para lucirse, el resto del reparto se supedita al rumbo del relato sin posibilidad de crecer o explotar. Meras carcasas de funcionalidad narrativa, encorsetados a las autoritarias formas de la película. Pese a su extenso metraje la narración es la misma de siempre, respetando escrupulosamente cada etapa y sin desviarse de ninguna de ellas ni ofrecer nada nuevo a la conversación. La cadencia del filme es anquilosada y, sin embargo, todo sucede de manera atropellada, sin reposar a nivel dramático. Y, sobretodo, la química y sinergia entre el grueso de los personajes es inexistente.

Un siglo después de la obra maestra fundacional de Murnau resulta cuando menos inesperado que se opte por un enfoque tan literal y una mirada tan ajena a nuevas interpretaciones para recuperar al rey de los no-muertos, representando la masculinidad desde unos registros tan ajenos a sensibilidades contemporáneas como si en el Siglo XIX nos encontrásemos. Los guiños a Murnau son claros, incluso los ecos a Coppola en las dialécticas del conde o a Herzog en la densidad y el pánico de la peste (con pinzas esta), y ni sus momentos mas eficaces logra una secuencia tan icónica o reveladora como las de aquellas. Obra tan apabullante en su fachada como mas simple en su recorrido, mucho menos sutil y más fiel a la idea de abrumar desde el ruido, puro aullido y estridencia entre la suciedad y la carne despedazada.

Espectral, apelmazada y enfermiza, el Nosferatu de Eggers aqueja claras deficiencias en tempo y en la riqueza semántica de su andamiaje expresivo, mas preserva los rasgos estilísticos de interés de su realizador como para hacer el deleite de estetas y jóvenes espectadores. Sin duda el Nosferatu más endeble de entre los que hemos podido contemplar, pero con la suficiente entidad como para destacar entre la ambivalente cosecha del curso.
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