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Voto de tiznao:
6
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6
4,3
83
29 de septiembre de 2009
29 de septiembre de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arranca mostrándonos a Paul Stanton explicándole a su hijo (Edward Herrmann y Peter Billingsley con 10 añitos) que papa y mama ya no se quieren y que las vacaciones las va a pasar con su madre y su nuevo novio y que se van a Arizona, “El valle de la muerte” y alrededores.
Ya tenemos a Billy en el asiento de atrás viajando a través de la árida Arizona con Sally y Mike (Catherine Hicks y Paul Le Mat) y fijándose en un inquietante coche que les adelanta y en el que solo vemos la silueta del conductor y unos orificios de bala en la parte delantera.
Tras detenerse en el camino para ver en plan turístico una vieja mina de oro, la acción salta a una caravana en la que vemos a una pareja de apuestos jóvenes magreandose y besándose, momento en el cual parece en el encuadre una mano blandiendo un cuchillo que de forma grafica y como mandan los cánones de las buenas producciones de terror ochenteras, degüella al mozalbete y tras el correspondiente destete y gritos de la jamona rubita, también acaba con esta (en este caso fuera de plano).
Todo esto a modo de presentación durante los primeros minutos, a partir de aquí y alrededor de la perspicacia del niño y las indagaciones del sheriff (Wilford Brimley) para descubrir quién está detrás de los asesinatos y la posible relación con otro hecho de las mismas características ocurrido hace apenas un año, tenemos una interesante película de terror, dotada de esa inconfundible atmosfera imposible de imitar que tenían las producciones de esa época, en la que tenemos una trama que te atrapa suave pero firmemente y que sin llegar a ser ni mucho menos una referencia (la trama sentimental la hace bajar bastantes enteros), además de cuasi desconocida, hará disfrutar y hacer pasar un rato entretenido al buen e informado aficionado al cine de terror, en base a lo resultón de su realización, lo acertado de las escenas sangrientas (pocas y con poca sangre pero muy conseguidas), la buena administración del suspense (buen giro final al que se le puede y debe perdonar su mejorable desenlace) y el hecho de estar dirigida por Dick Richards, un tipo que pese a tener una corta y errática trayectoria cinematográfica, es el responsable de “Adiós, muñeca 1975”, ese bálsamo concentrado para las heridas causadas por la ingestión accidental de alguna que otra bazofia de esas que de vez en cuando te cuelan como cine negro.
Ya tenemos a Billy en el asiento de atrás viajando a través de la árida Arizona con Sally y Mike (Catherine Hicks y Paul Le Mat) y fijándose en un inquietante coche que les adelanta y en el que solo vemos la silueta del conductor y unos orificios de bala en la parte delantera.
Tras detenerse en el camino para ver en plan turístico una vieja mina de oro, la acción salta a una caravana en la que vemos a una pareja de apuestos jóvenes magreandose y besándose, momento en el cual parece en el encuadre una mano blandiendo un cuchillo que de forma grafica y como mandan los cánones de las buenas producciones de terror ochenteras, degüella al mozalbete y tras el correspondiente destete y gritos de la jamona rubita, también acaba con esta (en este caso fuera de plano).
Todo esto a modo de presentación durante los primeros minutos, a partir de aquí y alrededor de la perspicacia del niño y las indagaciones del sheriff (Wilford Brimley) para descubrir quién está detrás de los asesinatos y la posible relación con otro hecho de las mismas características ocurrido hace apenas un año, tenemos una interesante película de terror, dotada de esa inconfundible atmosfera imposible de imitar que tenían las producciones de esa época, en la que tenemos una trama que te atrapa suave pero firmemente y que sin llegar a ser ni mucho menos una referencia (la trama sentimental la hace bajar bastantes enteros), además de cuasi desconocida, hará disfrutar y hacer pasar un rato entretenido al buen e informado aficionado al cine de terror, en base a lo resultón de su realización, lo acertado de las escenas sangrientas (pocas y con poca sangre pero muy conseguidas), la buena administración del suspense (buen giro final al que se le puede y debe perdonar su mejorable desenlace) y el hecho de estar dirigida por Dick Richards, un tipo que pese a tener una corta y errática trayectoria cinematográfica, es el responsable de “Adiós, muñeca 1975”, ese bálsamo concentrado para las heridas causadas por la ingestión accidental de alguna que otra bazofia de esas que de vez en cuando te cuelan como cine negro.