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Más poderoso que la vida

Drama Debido a una rara enfermedad, Ed Avery debe tomar cortisona, una droga que todavía está en proceso de experimentación y que le provoca alteraciones mentales que repercuten en su trabajo como profesor y en sus relaciones familiares. (FILMAFFINITY)
Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
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9
14 de noviembre de 2007
57 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que, como "Susana", de Buñuel, ésta es una de esas películas auténticamente subversivas (es decir, aquellas que precisamente aparentan no serlo) y más aún teniendo en cuenta que se concibió en el seno de la industria hollywoodiense.

Si "El crepúsculo de los dioses" desnuda los entresijos de esa misma industria, el film de Ray hace lo propio con algo más amplio e intangible, como es una mentalidad muy determinada y extendida en su país que podemos denominar —intentando evitar los estereotipos— la "América profunda"; esa clase media acomodada y conservadora que, bajo un barniz de apacibilidad, se muestra llena de prejuicios y que, en menor o mayor medida, también ha sido objeto de disección crítica en obras como "Picnic", "Al este del edén", "Esplendor en la hierba" o "Terciopelo azul".

Se lamentaba Ray en más de una entrevista de haber dado nombre y apellido al medicamento que trastorna gravemente al protagonista, la cortisona, nueva en ese momento y poco estudiada. Sin embargo, más allá de la contundente denuncia que la película hace de los peligros inherentes a cualquier adicción, queda claro, me parece, el carácter metafórico de esta excusa argumental. A través del delirio del personaje genialmente interpretado por James Mason —también productor del film—, quien llega, nada menos, que a invocar el sacrificio de Abraham, salen a la luz los mecanismos latentes de una sociedad ferozmente ultraderechista, colindante con el fascismo.

Y esta denuncia la pone en escena un pletórico Nicholas Ray, que compone los planos con más fuerza que nunca. Pienso que, cronológicamente, él y Minnelli fueron de los primeros en entender y aprovechar al máximo las potencialidades del cinemascope, dejando de lado que también comparten el uso significativo del color. Sólo con la variación de los encuadres y los ángulos de cámara se muestra cómo un mismo espacio —una escalera, un jardín, una sala de estar…— pasa de ser acogedor a convertirse en siniestro. Incluso un recurso manido del cine para mostrar una personalidad escindida —el reflejo deformado del rostro en un espejo roto— resulta tan potente y perturbador, que parece que sea la primera vez que se utiliza.

Aprovecho finalmente para reivindicar desde aquí la figura de Ray. Pienso que los fervores críticos tienden a ser generacionales, de manera que cada hornada cinéfila ansía encontrar sus propios ídolos, al tiempo que derriba los anteriores. Dado que Ray fue un icono para Godard y compañía, ahora probablemente paga injustamente las consecuencias de quienes pretenden relativizar o incluso despreciar el valor crítico de la vieja Nueva Ola. Es cierto que introdujeron en sus comentarios bastantes "boutades", pero ello no debe obstar para distinguirlas de las aseveraciones aún válidas. Y, en este sentido, me duele que su entusiasmo hacia Ray sea hoy considerado por muchos como prototipo de antiguas "extravagancias" críticas. Nunca es tarde, pienso, para volver a contar con Nicholas Ray.
7
3 de agosto de 2005
31 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
James Mason es el productor de la película, que dirige Nicholas Ray tras el rodaje de "Rebelde sin causa". Narra la historia de un profesor (Ed Avery) que, a causa de una rara enfermedad, debe tomar una droga poco experimentada, un compuesto de cortisona, que le provoca como efectos secundarios evasiones de la realidad, megalomanía y una búsqueda de la perfección que le lleva al maltrato moral y físico de su hijo. Los médicos que le atienden diagnostican que la droga le ha provocado una psicosis patológica, de evolución incierta, que debe ser tratada con sedación prolongada.

Los efectos de la psicosis en las relaciones del protagonista con su mujer (Lou), su hijo y sus compañeros, brinda a Nicholas Ray la oportunidad de adentrarse en la obsuridad y los misterios del alma humana, uno de sus temas preferidos.

La música, original de David Raksin se adapta al discurso narrativo y le confiere fuerza expresiva y emoción. La fotografía corre a cargo de Joseph MacDonald, que demuestra su buen oficio y una notable habilidad. Son de destacar las imágenes (simuladas y pretendidamente ingenuas) del análisis radiológico al que se somete el protagonista con ingestión en directo de líquido de contraste.

La dirección demuestra el talento y la maestría profesional de Ray. La obra es de gran interés para los aficionados a la filmografía del autor, uno de los exponentes más singulares del cine americano.
8
30 de octubre de 2009
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El momento más álgido de la carrera de Nicholas Ray, coincidió también con su paulatino ocaso. Después de rodar “Rebelde sin causa” y una semana antes del estreno, James Dean fallecía en accidente de tráfico.

Aquello le afectó en sobremanera, entre ellos había surgido una fuerte amistad, y las malas lenguas dicen que Ray, bisexual, sentía atracción por Dean, bisexual también. Al margen de esto, se puede decir que empezó con sus problemas de drogas, de juego… de autodestrucción.

Su siguiente película, “Más poderoso que la vida”, pasó totalmente desapercibida en Estados Unidos, demostrando que triunfar con el cine de autor allí era una quimera.

Unos años después, desde el otro lado del Atlántico, unos jóvenes franceses que habían creado la “Nueva Ola” reivindicaron a Ray y a esta película. Sin ir más lejos Jean-Luc Godard decía que el cine era Nicholas Ray, y no le faltaba razón. Con el tiempo en Norteamérica se ha ido recuperando la importancia de este extraordinario director y personajes de la talla de Martin Scorsese ha incluido en repetidas ocasiones a “Más poderoso que la vida” dentro de su docena de películas favoritas.

Yo no llegaré a tanto, pero es evidente que es una obra muy grande, con una dirección de actores extraordinaria, literalmente James Mason, que es además el productor, lo borda pero es que Barbara Rush no se queda atrás en el mejor papel de su carrera. Atención a la casa, un personaje más dentro de la película, decorada y filmada de forma magistral.

Una historia emocionante, hermosa y ejemplarizante sobre la familia, el dolor, la enfermedad, las drogas y el amor que todo lo puede.

Nota: 7,8.
8
21 de enero de 2009
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya desde una vista de pájaro resulta maniqueísta y simplista el análisis etimológico del género melodramático. “Melos” deriva a “melodía”, por lo tanto, un drama melódico, acompañado musicalmente, de orquesta invisible. Algo que para muchos puede resultar artificioso, efectista y manipulador, para otros, una de las principales armas emocionales del cine. Y es que éste es el elemento definidor del melodrama junto a la carga emocional o, como sustituto o en añadidura, la voluntad moralizadora.
En el caso de concreto de “Bigger than life”, la música no es uno de los elementos principales, por lo tanto evita la polémica. Pero sí encontramos la emoción dentro de otro elemento característico del melodrama, la posible coyuntura de la estabilidad y la unidad familiar. Y es que, a partir de los cuarenta, la independencia económica e intelectual de la mujer preocupó a los más conservadores, que auguraron nuevos modelos familiares sin la figura paterna o con parejas homosexuales y libertad sexual. Pero, en el filme que nos ocupa, la amenaza procede del miembro de mayor jerarquía, el hombre, frente a una mujer completamente alienada a su casa y sus deberes diarios. ¿Cuál es el origen de los males del padre? Una enfermedad venérea, invisible a los ojos, desencadenada en el estrés sufrido por un pluriempleado con problemas económicos. La gran sociedad, su dinámica agonizante y los problemas financieros de la clase media-baja ahogan a un buen hombre que reboza en voluntad de alienación y honestidad.

La relación padre hijo aumenta la carga emocional del conflicto retratando un antes y un después en su educación, pues las dosis de cortisona desembocan en una psicosis que hace perder por completo a nuestro protagonista (James Mason) el control de su personalidad, llegando en el clímax final al más exagerado fanatismo religioso siguiendo la palabra de Dios al pie de la letra (véase aquí un guiño al principal fervor estadounidense).
La potencia del melodrama está llevada hasta las más altas cotas de explotación en un argumento con una narrativa fluida, de una cadencia que dosifica el proceso de locura en un gradiente evolutivo que favorece su verosimilitud. Lo único reprochable en este tipo de situaciones límites es la sobreactuación a la que están obligados los actores, obligados por la falta de contención de la narrativa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y viendo “Bigger than life” después de asistir a los modernos “thrillers psicológicos” de finales de los noventa uno puede decir que el nerviosismo en el montaje y la realización a modo de videoclip imperante en la actualidad no hace más que perjudicar un tipo de historia que tiene la virtud de explorar las emociones a su debido ritmo, con paciencia. Sólo filmes como “El Maquinista”, de Brad Anderson, o “Inseparables”, de David Cronenberg, son capaces de alcanzar la dimensión del Nicolas Ray que nos ocupa, o del psicológico Polanski de “Repulsión” o “Rose Mary´s baby”; un recorrido en la profundidad de un trastorno mental, de una preocupación paranoica, muchas veces incluso con evidente transfiguración física.
En este tipo de melodramas nació el “thriller”, que ha ido creciendo hasta nuestros días mezclando melodrama con cine de acción y, a veces, terror. Y cuyos finales felices son siempre de un sabor amargo, pues la trascendencia del desarrollo y su atmósfera eclipsan cualquier sonrisa final.
6
16 de agosto de 2009
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Bigger than life, basada en un artículo del NY Times, un maestro con problemas económicos afectado por una extraña enfermedad es tratado de manera experimental con cortisona y se vuelve adicto afectando su salud mental y la estabilidad de su familia.
Leí bastante sobre lo revolucionaria que fue esta peli por la fuerte crítica social que acarrea pero sinceramente casi no pude encontrarla. El conservadurismo que supuestamente quiere atacar está latente todo el tiempo. ¿Una droga, sea cual sea, puede convertir a un hombre en un psicótico maníaco depresivo de la noche a la mañana?. Vista desde otro punto se puede decir que en una sociedad opresiva el único capaz de escapar de lo establecido: la iglesia, la familia, etc, es aquel que ve la realidad de otra forma (en este caso por una droga) pero es una premisa bastante confusa y extraña.
El drama se acentúa cuando el hombre se enfrenta a la educación, a su esposa y se cree a la altura de Dios al querer reinterpretar la biblia: "God is wrong", dice... siempre bajo los efectos de la droga que todo lo aniquila.
Me pareció atractiva vista como una versión 50s de Dr Jeckyl & Mr Hyde. Que Ray es talentoso nadie lo duda. Los juegos con sombras y espejos dignos de Caligari son geniales. Lo mismo el retrato de esa vida de clase media suburbana en technicolor que sumando el melodrama recuerda a Douglas Sirk.
Bigger than life es digna de ser vista para sacar conclusiones propias y como un agregado en la interesante filmografía de Don Ray
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