“Siempre me ha gustado eso de romper las expectativas”, cuenta Kevin Parker a Apple Music. Y, tras casi dos décadas al frente de Tame Impala, el australiano ha hecho precisamente eso: no dejar ni una expectativa intacta. A lo largo de su impredecible trayectoria, Parker ha sido rockero de pelo largo, arquitecto del pop psicodélico cinematográfico, rey de la fusión del indie y el R&B, compañero de baile de Diana Ross en la banda sonora de Los Minions y mago de confianza de Dua Lipa en el estudio. Pero cada giro ha servido para reforzar su reputación como el principal artífice de las atmósferas oníricas del pop alternativo. Aunque el quinto álbum de Tame Impala, Deadbeat, empezó a tomar forma a miles de kilómetros de su estudio en Perth, en realidad representa una especie de vuelta a los orígenes para Parker, que recupera el entorno costero, su método de trabajo en solitario y la libertad creativa de sus primeras grabaciones. “El álbum empezó oficialmente en Montecito”, explica Parker, que se mudó temporalmente a la costa californiana con su mujer y sus hijos pequeños. “Lo que hago es que me alquilo un Airbnb en algún lugar de la costa, lo más cerca posible del agua. Contemplar el océano me ayuda a perderme y me relaja”. Y con esa inspiración oceánica, Parker recordó una verdad esencial: la playa es un lugar perfecto para montar una rave. Parker lleva incorporando texturas electrónicas a su música desde Currents en 2015, aunque siempre lo hacía de una forma que se pudiera adaptar fácilmente a los conciertos de masas de Tame Impala. Pero en Deadbeat se rinde por completo al magnetismo austero y estroboscópico de la música dance, reduciendo su habitual enfoque maximalista a los elementos esenciales. El tema inicial, “My Old Ways”, funciona como un microcosmos que resume el recorrido de Parker hasta el momento actual: comienza con una grabación de iPhone que suena como una vieja maqueta polvorienta de John Lennon y, a partir de ahí, engancha su melodía de piano con un contundente pulso house, uniendo sin esfuerzo sus raíces de rock clásico con su mentalidad actual de creador de ritmos. Gran parte de Deadbeat se mueve con inteligencia entre la inmediatez pop y la euforia de la pista de baile. La descarada “Dracula”, con su toque de terror, está llamada a unirse al “Thriller” de Michael Jackson en el canon de los himnos electro-disco de Halloween; “Piece of Heaven” se despliega como un giro de pop sintético ochentero de Pet Sounds; y “Afterthought”, una incorporación de última hora grabada mientras se masterizaba el álbum, es un tema irresistible con ecos de New Order que deja claro por qué este intruso ha conseguido colarse en el olimpo de las grandes estrellas del pop. Pero los momentos más emocionantes de Deadbeat llegan con las experiencias casi extracorpóreas de “Ethereal Connection” y “End Of Summer”, donde Parker superpone sintetizadores psicodélicos a contundentes ritmos techno, como si salpicara una pared de hormigón con pintura fluorescente. Y aunque ha cambiado los solos de guitarra psicodélicos por ritmos trepidantes, su forma de escribir sigue siendo profundamente personal, con esa mezcla de melancolía e introspección que refuerza el lazo emocional con su público. “Siempre me ha dado una satisfacción un poco retorcida darme caña a mí mismo en las letras”, confiesa. “Me resulta liberador crear una música hermosa y ponerle después una etiqueta que diga: ‘¡Qué pedazo de mierda!’. Es una forma de darle sentido a esas emociones que me han acompañado toda la vida”.