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Padre no hay más que uno

Comedia Javier es lo que se ha bautizado como un “marido-cuñado”. Ese que sin ocuparse en absoluto de lo que supone el cuidado de la casa y de los niños, sabe perfectamente qué es lo que hay que hacer, y que continuamente regala a su mujer frases del tipo: “es que no te organizas”, o “no te pongas nerviosa”, ya que considera que su desbordada mujer se ahoga en un vaso de agua. Javier tendrá que enfrentarse a la realidad que supone bregar con ... [+]
La gran familia global
Esta historia trata, básicamente, sobre esa institución (mental) a la que llamamos familia. Sobre ese majadero en el que acaba convertido cualquier hogar habitado por más de una persona. La regla, por lo visto, obedece a las leyes más básicas (y por esto irrefutables) de la aritmética: a cuanta más gente bajo el mismo techo, más probabilidad hay de acabar desquiciado. Los Simpson, siempre según la irrefutable palabra de Trey Parker y Matt Stone, supieron verlo y plasmarlo antes que el resto de seres humanos. Mucho antes que, desde luego, Ariel Winograd (a él llegaré).

Lo hicieron en uno de los muchos episodios magistrales que compondrían su valiosísimo corpus televisivo. Aquel al que me refiero, narraba el deterioro físico y mental de Marge (pilar más sólido de aquella mítica casa de Evergeen Terrace), causado éste por un organismo que había crecido hasta convertirse en un monstruo cuyas necesidades más acuciantes y/o caprichos más irrelevantes, engullían, por pura saturación, al ser teóricamente encargado de cuidar de él. Homer, Bart, Lisa y Maggie eran algo así como el enemigo en casa. Un todo vampirizante del que se tenía que huir, si lo que se quería era conservar algo de cordura.



Total, que Marge, madre sacrificada por antonomasia, se tomó un más que merecido descanso, delegando durante unos días todas las responsabilidades hogareñas a Homer, padre desastre por excelencia. La gracia, al menos a nivel epidérmico, estaba en regodearse en la ineptitud de ese señor desbordado; superado por una situación que, en el fondo, estaba diseñada para reírse del rol del hombre moderno en el seno de la familia, esa ¿bendita? tortura. Pues bien, aproximadamente veinte años después (esto es, en 2017), el director bonaerencse Ariel Winograd (llegué) firma una película que reproduce, a lo largo de poco más de hora y media, el mismo escenario.

Y como si se tratara de un gremlin dándose un baño, aquella película titulada ‘Mamá se fue de viaje’, se multiplica. En el año en el que nos encontramos, se estrena una de idéntico título, pero de nacionalidad mexicana, otra titulada ‘10 días sin mamá’ (ésta de Italia), y por supuesto, la respuesta española que tanto necesitaba el mundo. ‘Padre no hay más que uno’ se presenta, desde los títulos de apertura como “una comedia de Santiago Segura”. El film, efectivamente, está dirigido, co-escrito y protagonizado por él, pero evidentemente es deudor de otro, casi tanto como un remake lo es del original en que se basa.



Aunque claro, a estas alturas... ¿qué producto está libre de influencia? Exacto, de modo que asumamos que no se puede hablar del reflejo o del eco sin pasar antes por la imagen o la voz que los han despertado. Así pues, en dicha nebulosa de títulos clónicos está, precisamente, el interés de una propuesta que, irónicamente, no puede (o directamente no quiere) desvincularse del todo de su familia. Es decir, la gracia está en jugar a detectar las diferencias entre una cinta y las demás, para así enfrentarnos a la única pregunta que seguramente importa: ¿La industria cinematográfica se está dejando vencer por la pereza, o es que la familia, esa cosa, es un objeto de estudio cada vez más homogéneo?

Misterios de un mundo claramente globalizado. Dudas existenciales que se agravan ante la constatación de que a ambos lados del “charco”, y sin importar demasiado la lengua en que se hable, el público puede conectar con el drama (gracioso) del hombre que descubre, cuando ya es demasiado tarde, que nunca jamás podrá escapar de las notificaciones del grupo de whatsapp de madres del cole en el que le ha agregado la providencia. Gags que se repiten, como se repiten los tonos de aviso del teléfono móvil, esa gota malaya de nuestros tiempos. Planos y secuencias que igualmente se reproducen con total exactitud: al principio con el anti-carisma de Diego Peretti, después con la cara desdentada de Fabio De Luigi.



En este sentido, debe admitirse que la auto-proclamada autoría de Santiago Segura sobre esta especie de franquicia, no carece totalmente de sentido, pues de momento, es quien ha mostrado más interés por separarse de la hoja de ruta primigenia. Lo que pasa, y ahí entra en juego otra sospecha, es que esta originalidad huele mucho a única solución para satisfacer las cuotas del “cine de amiguetes”. O sea, que ahora a la madre le seguimos más la pista, y conocemos al psiquiatra de una de las crías, y nos adentramos más profundamente en los intereses de otra niña, y descubrimos que la carga del hogar puede recaer también en un tío... excusas, todas ellas, para que Victoria Abril, Alberto Casado, El Rubius y Leo Harlem se luzcan ante la cámara.

Leo Harlem, sobre todo. En su gesticulación, en su enfurruñamiento crónico, en su patética (por infundada) convicción de estar siempre en posesión de la verdad universal... la película alcanza la revelación que la distingue de sus hermanas, y que de paso, a lo mejor, distinga a España del resto del mundo. “Padre no hay más que uno”... y por desgracia, cuñados hay muchos. Demasiados. Aquí, las tensiones laborales (uno de los principales catalizadores humorísticos con Winograd y Genovesi) pierden peso; lo mismo que las cuestiones de género, igualmente engullidas por el absurdo ego del cuñado, auténtico obstáculo aquí para alcanzar la alquímica felicidad familiar. En esta película importa, al fin y al cabo, el auto-convencimiento de sentirse importante. Y no, en realidad el mundo no va así. Y a reírse, o a irritarse, porque Santiago Segura, guste o no, nos tiene calados.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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